martes, 14 de septiembre de 2010

El fin (I)

"No sé con qué armas se luchará en la tercera Guerra Mundial, pero sí sé con cuáles lo harán en la cuarta Guerra Mundial: arcos y flechas".
(Albert Einstein)
-¿Nombre y edad?

Me llamo Matthias Krham, y tengo 75 años.

-¿Jura decir toda la verdad y nada más que la verdad?

Contaré mi verdad. Si esa es la verdad que usted pide, todos contentos.

-Empiece, por favor.

Nací en una ciudad pequeña al norte de Berlín: Samrin. Crecí corriendo por los extensos campos verdes, en el seno de una familia trabajadora y que amaba su país. Un país con unos campos verdes, frondosos, extensos. Campos puros. Unos campos en los que poder correr día sí y día también, encontrando rutas distintas en cada excursión. Un país elegido. Con personas elegidas. Personas maravillosas. Las mejores personas del mundo. La evolución de la raza humana. Una clase humana superior. No eramos humanos, eramos superiores a esos mamíferos parlantes. Eramos una especie aún mejor. Eramos mejores. Por nuestra sangre corría la sangre verdadera, la sangre de la nueva y pura era. Por ello debíamos purgar a la sociedad de los males que la perjudicaban constantemente. Debíamos desinfectar. Teníamos que limpiar la manzana de los gusanos que la invadían. Debía conservar su color puro, sin huecos. A nadie le agrada que en la cesta de frutas haya una manzana podrida, con gusanos. Una fruta con gusanos hace que las demás frutas se infecten; y si no lo están, no son bien miradas por su dueño. Su vida en el cesto es cuestión de horas.

Me sorprende que durante años se considerara a Esparta y a sus espartanos como una de las cunas de la libertad. ¿Acaso no hacían ellos lo mismo que nosotros haríamos más tarde? Por otro lado, ¿no elegiría un padre a su hijo más perfecto antes que a uno jorobado, mulato, con dificultades de visión, judío o, simplemente, desviado? Nosotros eramos ese padre. Debíamos eliminar los errores de la sociedad, para prolongar esta nueva especie. Era la supervivencia de los mejores. Nosotros logramos superar los años de maltrato. Fuimos los mejores. ¿Vosotros a que sobrevivisteis? ¡Sois todos unos desechos!


-¡Céntrese por favor! Cuéntenos que le hizo tener tanto odio en su interior

Una fría mañana, con la Gran Guerra dando sus últimos coletazos, fuimos atacados por un escuadrón de unos siete asquerosos y malhablados aliados. Nosotros estábamos pasando un día en familia en el bosque. Pero tuvieron que venir ellos. ¿No estaban ganando? ¿No decían eso? ¿Por qué lo hicieron? Eran franceses en su mayoría. Cuando los vimos llegar, intentamos escapar. Dispararon 2 veces al cielo para disuadirnos. Mi madre, mi padre y mi hermana se quedaron petrificados. Para mí, cada tiro me hizo correr más hasta esconderme en unos matorrales. ¿Veis? La supervivencia de los mejores. Con el primer tiro, ellos se quedaron parados. Mi hermana estaba asustada y gritaba desconsolada que quería irse. El segundo hizo que mi madre abrazara fuerte a mi hermana. A penas tenía 7 años y buscaba protección bajo los brazos de mi madre. El miedo había poseído a los tres: mi hermana lloraba, mi madre intentaba consolar a mi hermana, y mi padre buscaba la manera templarse para que la situación sólo fuera un susto. Pero él sabía que no, que no era así. Que ese era el fin. Agarró su cruz mientras abrazaba a mi madre y mi hermana. A la primera la besó y le secó las lágrimas que empezaron a brotar. La segunda se llevó una sonrisa, un beso y la intentó tranquilizar: Alles gut geht! (¡Todo saldrá bien!).

Los sucios franceses ya estaban encima de ellos. Rodearon a mi padre y dejaron a un lado a mi madre y a mi hermana. Había uno con ellas que las encañonaba, mientras los otros seis rodeaban a mi padre mientras farfullaban y escupían sonidos sin sentido. ¿Cómo puede ser considerado eso un idioma?

Uno de los seis dejó a un lado su fusil, y se metió dentro del círculo. Dos pasos y le cruzó la cara a mi padre con un gancho. Un derechazo, un directo a la cara... mi padre caía una y otra vez al suelo. Con cada puñetazo estaba un paso más lejos de la vida, y uno más cerca del otro mundo. Se lo fueron pasando, hasta que uno de ellos se cansó. En la última caída fue a parar al arbusto en el que estaba. Su mirada estaba perdida. Intenté salir, pero mi padre me pidió que me quedara. En ese momento, el soldado cansado de jugar, encañonó a mi padre y vació la mirada de él de un sólo disparo. La sangre de mi padre me llenó la ropa y entró en mis ojos. Las lágrimas se mezclaron entonces con la sangre.

Eliminada la resistencia del hombre indefenso alemán, fueron directos a por las mujeres. Fueron a por mi hermana primero. Su cara nunca se me olvidará. Es una pena que no lograra conseguir ver el esplendor de la sociedad alemana; o que no fuera capaz de recordar nada que no fuera guerra.

Volvieron a separar a mi madre de su hija. Mi madre no paraba de gritar, de llorar. Su pequeña, la que le había buscado cuando sonaron los disparos, aquella a la que arropaba y contaba un cuento cada noche. Debe de ser muy duro ver como unas criaturas inferiores, sesgan la vida de tu hija. Lo que has criado con cariño y amor... Todavía hoy creo que mi hermana no fue la que murió, y sí lo hizo dos veces mi madre.

Con sangre en los ojos, pude ver como arrancaban las vestiduras de mi hermana. A jirones. Les daba igual que tuviera 7 años. Ellos querían disfrutar un poco ahora. Se fueron bajando los pantalones. Debían celebrar que habían ganado. Sin pantalones, usaron sus pistolas para apuntar a mi hermana y obligar a que fuera le hiciera una felación a cada uno de ellos. ¡Una niña de 7 años! Hartos ya, la tiraron al suelo y terminaron de desnudarla. La blanca piel desnuda se coloreó con la arena. Ya tumbada uno agarraría los brazos, otro las piernas, y otro la penetraría. Ella mientras tanto se defendía. Se negaba a sufrir.

Justo cuando el primer francés la había penetrado, un grito desesperado recorrió todo el bosque. Había expirado. Su resistencia había sido su muerte. El que le sujetaba las manos, la golpeó fuertemente en la cabeza y mi hermana, a sus 7 años, había abandonado el mundo.

Mi madre, tras el grito se quedó afónica. Fue la siguiente. Con ella fueron directamente al grano. Nada de rodeos. Si la ropa no salía con un tirón, se usaba el cuchillo. Y si se penetraba la carne, daba igual. Ella ya no sentía. Era un cuerpo inerte que respiraba, pero que no sentía. Sólo sonreía. Sólo Dios y mi madre saben porqué sonreía. Y eso, el que sonriera, no les gustó. Uno de ellos le cortó el cuello. Y ni por esas mi madre lloró o habló. Solo sonrió. Su amor y su pequeña la estaban esperando, por eso sonreía. Tras sufrir, ahora le tocaba el descanso eterno a los tres.

Mientras, ya sin vida, era violada, vejada, atada... la sonrisa de aceptación, de aceptar el destino, no les gustó a ninguno de los aliados, por lo que la descuartizaron y la quemaron... Ellos, que buscaban la libertad, habían entrado en nuestro país, habían violado a nuestras mujeres y hermanas, y habían asesinado a todo aquel varón que se le pusiera por delante. La sensación que invadía mi cuerpo era compartida por cada alemán.

Ellos, asesinos y violadores, mientras tanto, sólo reían...

(Continuará)

1 comentario:

Alberto Zeal dijo...

Algo me dice que hemos visto Hannibal: El origen del mal, ¿no? :P

La guerra siempre es un acto cruel, en el que se cometen atrocidades impropias de seres humanos. ¿Contribuyeron crímenes de guerra como el que narras en el surgimiento del nazismo en Alemania? Es posible, pero ya te digo que sólo en cierta medida. Muchos otros factores posteriores a la IGM fueron los que de verdad desataron el odio de los alemanes.

Con todo, un relato muy crudo e impactante, pero interesante. Sigue así ^_^