martes, 15 de noviembre de 2011

Rescate de textos: Tenemos que hablar, amor

Para darle caña a esto una vez más, retomemos el rescate de textos antiguos. Trabajo me ha costado.


Tenemos que hablar, amor


De repente, todo ha cambiado. No sé por qué. Ni desde cuando. O quizás sí, pero no era consciente. Tal vez no quería serlo...me siento tan...vacío.


Últimamente, no quería pensar. Me daba miedo quedarme solo conmigo mismo. Me inquietaba esa voz en mi interior, esa que decía algo que yo no podía entender. Ese run-run en el estómago, que me provocaba un malestar contínuo que me impedía ser feliz. Feliz. No pido ser feliz. Pero sí estarlo de tanto en tanto. Y ya no me acuerdo de la última vez que lo estuve. Bueno, en realidad sí. Pero pensarlo, darme cuenta de que hace tanto tiempo de eso...me pone triste. Y muchas veces lloraba, sin saber el motivo. Ahora ya lo sé. Y duele. Mucho. Demasiado.


La miro, y no sé qué decirle. Ella no ha cambiado. Es igual que cuando la conocí. ¡Y al mismo tiempo es tan diferente!...¿he cambiado yo? Hemos cambiado los dos. Claro que lo hemos hecho: ya no siento que estar con ella es una aventura continua. Y no es culpa suya. Soy yo el que piensa así. Ella aún me mira de esa manera tan especial. Aún le brillan los ojos, cómo dos luciérnagas en plena noche. Quizás no brillan cómo cuando nos conocimos (¿recuerdas cariño? Siempre decíamos que si había un apagón bastarían nuestros ojos, mirándose, para alumbrar la ciudad entera. Y ahora sólo quedan un par de ojos. Los tuyos). Pero aún le brillan. Y siento que no puedo responder a ese fulgor. Lo intento, pero sé que no es posible.


Recuerdo aquella sensación tan plena que tenía al principio. De repente, veía la vida en colores, los colores más hermosos, con todos los matices posibles. Pero los colores han ido perdiendo intensidad, y todo se ha vuelto gris. Y yo quiero volver a ver colores. Volver a aquellos tiempos en que bastaba una mirada suya para sentirme reconfortado. Protegido. Aquel tiempo en que eramos invulnerables.


¡Tengo tantos recuerdos!: el primer beso...sentir que una parte de su vida pasaba a ser una parte de mi vida tan sólo con besarnos. Jugábamos a besarnos hasta que no pudiéramos aguantar más. En el tren, ajenos a las miradas de los demás, cuando me acompañaba a casa por la noche. ¡Qué importaba lo que pensasen los demás! No podían entenderlo. No eran nosotros. Ni jamás habían sentido lo que ella y yo sentíamos. Pasaban las estaciones, y nosotros no nos separábamos, tan sólo la obligación de bajar en mi ciudad, en nuestra estación, hacía separar a nuestros labios. Y más de una vez mandaron ellos, ordenando que no bajáramos hasta otra estación. Ya cogeríamos otro tren. Lo importante era aquello que sentíamos cuando estábamos juntos. Y ninguna estación, ninguna mañana eterna por haber dormido poco era más importante que estar juntos, que besarnos hasta que estuviéramos saciados el uno del otro. Y nunca nos saciamos. Era mucho más corto el trayecto en tren que nuestros besos. Creíamos que la vida, cómo aquel tren, se nos quedaba pequeña.


¿Cuánto hace que no nos besamos así? Sí, ahora tenemos coche. Y aún hay beso de despedida en el portal. Pero la culpa no es del coche. En el coche también hemos sido felices. Somos nosotros los que ya no sentimos que algo nos obliga a no poder separarnos. Sí, amor, (ahora te hablo cómo si estuvieras aquí; quizás ensayar me da fuerzas para cuando lo haga cara a cara) ya sé que hemos crecido y que somos adultos. Pero si eso es ser adulto, quiero volver a sentirme un niño. Y no se trata de los besos. Ojalá fueran tan sólo los besos. Recuerdo aquellas tardes en que nos quedábamos callados, en cualquier bar, mirándonos a los ojos. En silencio. Nunca me he comunicado tanto con alguien cómo cuando nos mirábamos en silencio. Tú y yo. Era nuestro silencio. Un silencio especial. No había nada que decir, bastaba con mirarnos. Dios, voy a llorar. Ahora también tenemos nuestros silencios. Continuamente. Pero son incómodos. Los dos nos sentimos aliviados cuándo alguien se acerca, nos saluda, y sonreímos cortésmente, no tan sólo por educación, sino porque sabemos que nos acaban de salvar de otro de nuestros silencios. No te culpo por ello. Antes sentía que las cosas sólo tenían sentido cuando te las contaba, cuando las compartía contigo. Recuerdo aquella sensación que tenía cuando alguien me decía que era diferente, que yo era muy especial. ¡me lo estaban diciendo y ya pensaba en contártelo! ¿Por qué demonios no estabas allí, por qué esa persona no lo decía delante de ti? Que alguien me dijera que era maravillosa sólo me llenaba si tú lo escuchabas. Mi mayor ansia era que no dejaras de pensarlo ni uno solo de los segundos que estuvieras conmigo.


Ahora...no sé. Me encanta que me lo digan. Supongo que es lógico, ¿no? A todo el mundo le gusta gustar. Pero ya no pienso en ti. O sí. Pienso que me llena más que me lo diga cualquier persona que no me lo haya dicho nunca que el que me lo digas tú otra vez. Perdóname. Claro que me gusta que me digas que soy maravilloso. Pero me he acostumbrado. Me siento mal. Me siento malo. Pero es así. Me lo dices, con todo tu cariño, pero ya no siento que esa frase sea tan sincera cómo antes. Puede ser que lo sea. Pero ya no me hace sentir maravilloso. Quizás yo ya no soy maravilloso contigo. No puedo serlo. Antes sólo pensaba en ser maravilloso por y para ti. Ahora...


He de contarte una cosa, amor. Debí hacerlo en su momento. Pero no pude. Tenía miedo a explicártelo y, al hacerlo, darme cuenta de lo que se había roto en mi interior. ¿Te acuerdas de aquella noche que salí con mis amigos, en el cumpleaños de...bueno, ya sabes. Creo que tú también saliste con tus amigas. Fue una noche genial: la cena, la sangría, las copas...acabamos en un garito, teníamos ganas de bailar. Los solteros...te puedes imaginar. A vivir la vida. Yo me lo estaba pasando muy bien, me estaba divirtiendo cómo hacía mucho tiempo que no lo hacía. Pues, cuando estaba en la barra pidiendo una copa, se acercó una chica. Era atractiva, pero menos que tú. O de lo que tú me lo parecías cuando te conocí. Se acercó a hablar conmigo. Nada nuevo. Pues aquella noche, no sé por qué, no me mostré frío, al ver a un "extraño"... Me halagó que quisiese conocerme. Esa forma de mirarme...me hizo sentir especial. Charlamos, y noté que la atracción inicial hacia mí se iba transformando en algo más. Ella ya no buscaba un polvo. O no tan sólo eso. Cuando se encendieron las luces, me miró. Temía que hiciese la pregunta. Pero la hizo. Si quería irme con ella...


No, no llores. Nunca te haría eso. Pero quizás hubiese sido mejor. La tentación...despertó algo en mí. Al día siguiente, cuando quedamos, te abracé y te besé con toda la pasión que nos ha faltado en estos últimos meses. Me preguntaste que qué pasaba. Te dije si tenía que pasar algo para que te demostrase que te quería. Me sentí muy bien conmigo mismo durante unos días. Había estado a punto de fallarte, a ti, que eres tan buena conmigo. Y no lo hice. Pero...con el paso del tiempo, noté algo raro en mí. Soñaba con aquella noche. Ya lo dice Sabina (maldito Sabina): no hay nostalgia peor que añorar aquello que nunca jamás sucedió. Y yo añoraba haberme marchado con aquella tía. Pero me he dado cuenta que no se trata de aquella tía. Ella tan sólo cumplió su papel. Estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado. O mejor dicho: estaba en el lugar inadecuado en el momento inadecuado. Si esto pasa al principio, cuando empezamos a salir...me hubiese dejado indiferente. Estoy seguro. Pero cariño...despertó algo. La nostalgia de mí mismo, de sentir que soy especial para alguien y que eso me haga sentir especial. Salir de esta rutina en que se ha transformado nuestra vida.


La culpa no es de aquella chica. Ni tan siquiera recuerdo su nombre. Ya hacía tiempo que notaba algo raro en mí: ya no reía con tanta facilidad, ya no sentía, al levantarme a tu lado, que tocaba el cielo con las manos. Y aquella noche tan sólo fue el click, la espoleta que me obligó a hacerme preguntas a mí mismo. Me he dado cuenta que nada es cómo antes. Ya no siento lo mismo cuando hacemos el amor. Me gusta, claro que sí, tonta...pero ya no siento que mi cuerpo, mi mente y mi alma llegan a la paz total entre sí, que hacer el amor me lleva a la armonía contigo y con todo lo que nos rodea. Ya no me pongo nervioso cuando me compro ropa y me la pongo por primera vez (¿le gustará?¿me verá igual de atractivo?). Ya no tengo ganas de estar a todas horas contigo, llueva o nieve, esté pletórico o enfermo. Ya no...demasiados “ya no”. Demasiados para no darme cuenta de que ya no es lo mismo. Siempre pensamos que tú y yo eramos inmunes a los “ya no”. Pues amor, ya no lo somos.


No es fácil decirte todo lo que te estoy diciendo (todo lo que te diré). Sentir que formo parte de algo, que soy parte de un todo compuesto por ti y por mí, me ha dado fuerzas durante mucho tiempo. Cuando tenía un problema, sabía que tú ibas a estar para apoyarme en todo lo que necesitara. Sabía que no estaba solo que tú estabas ahí, conmigo, para escucharme, para abrazarme, para ofrecerme un hombro en el que llorar; siempre has tenido una frase que me levante el ánimo, una ayuda que todos necesitamos para sentir que no estamos solos y que hay alguien que no va a permitir que nos hundamos en los momentos bajos. Alguien que también va a compartir los buenos ratos, esos días en los que me siento dichoso, en que mi risa busca el eco de la tuya, saber que el que yo me sienta bien hace que otra persona (tú, cariño) también se sienta bien. Pero no puedo continuar esta relación por temor a la soledad, por la sensación de vértigo que me provoca imaginar que no tendré ese apoyo. Puede ser que pienses que soy egoísta por tomar esta decisión. Pero pienso que seguir adelante por miedo a sentirme solo, miedo a volver a ser “yo” y no “nosotros”, seguir engañándome (te) para poder tener la seguridad de que hay alguien ahí conmigo...eso sí que es egoísmo. Eso sí que es pensar solo en mí mismo y no en ti. Sé lo que siento por ti. Y ya no es amor (al final, lo he dicho). Es cariño, aprecio, unión por las vivencias que hemos compartido. Pero ya no vibro. Ya no pienso que la gente nos tendría que envidiar por esto que tú y yo hemos creado. Y no puedo ser tan egoísta de no decírtelo tan sólo por lo que me aterroriza estar solo


Creo que, a estas alturas, deberías saber que he hablado con algunas personas. Amigos míos, algúna que otra amiga tuya y amigos de los dos. Y cuando pregunto si ellos nos ven tan enamorados como antes, si siguen pensando que tú y yo estamos escribiendo una historia de amor de película, recibo siempre un silencio. Un doloroso silencio. No de todos, claro. Hay gente que me dice que es normal, que con el tiempo todas las relaciones acaban así, que a ellos también les pasa...pero intuyo que dicen eso para sí mismos, para que ellos mismos se crean que esta “estabilidad” es inevitable y que hay que aceptarla. Pero yo no la quiero aceptar. Me da igual que ellos eviten cuestionarse su vida, su relación y hacia dónde van. Este vacío que siento no me va a dejar actuar como lo hacen ellos. Y les miro, y veo que yo no he deseado nunca tener una relación cómo la que ellos tienen. Y tú, lo sabes bien, tampoco. Tu serías de los amigos (esos amigos tan especiales de las que tan orgullosos nos sentimos) que me responderían con un silencio que duele. O que directamente me diría que nuestra historia murió hace tiempo, y que tan sólo la costumbre la ha alargado.


Tengo miedo. Mucho miedo. Miedo a hablar contigo, miedo de irme a dormir y despertarme, al día siguiente, en el día I de una nueva vida: la vida sin ti. Mi vida sin ti. Sé que vendrán malos momentos, que me arrepentiré mil veces, y que en esos momentos siempre tendré la tentación de llamarte y decirte que lo volvamos a intentar. Ya nos ha pasado otras veces. No siempre las cosas han sido de color de rosa entre nosotros. Pero esta vez noto que es definitivo; que me moriré de miedo pero que, cuando lo supere, sentiré que he tomado la decisión adecuada. Lo mejor para ambos. Espero que con el tiempo lo entiendas y que el dolor no impida que valoremos lo que hemos vivido... No puedo entender cómo soy sin tener en cuenta lo que hemos compartido. Soy lo que soy gracias a muchas cosas, pero una de las más importantes es nuestra relación. Espero que podamos ser amigos. Ya veremos si lo conseguimos.


Te quiero mucho, amor. Y siempre te querré. Hay lugares, olores, canciones...que siempre serán tuyos y míos. De nadie más. Un espacio de mis recuerdos, un lugar de mi corazón (“El lado oscuro del corazón”, ¿te acuerdas lo que nos emocionó ver juntos aquella película, tú y yo casi solos en el cine?) será siempre para ti. Espero que tú guardes uno para mí. Pero quiero volver a sentirme vivo. Y pasar por este mundo sin vivir es como tener un accidente que te deja sorda e ir después a un concierto: puedes ver a los músicos tocar, ver a la gente divertirse y emocionarse...pero desde la distancia. Recuerdas lo que sentías cuando escuchabas un concierto, pero ya no lo puedes volver a sentir. Y necesito, deseo...poder volver a sentir. Vivir.

1 comentario:

mar dijo...

primero pedirte disculpas xinrrumpir en tu blog,pero me siento muy identificada con esa historia y aunque no tengo la valentia que tu,solo puedo desearte mucha suerte y que encuentres tu felicidad.